Rafael Nadal, el (corazón) más grande de la historia

Mauricio Codocea

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Rafael Nadal le tiene miedo a los perros. Lo cuenta él mismo en su autobiografía, “Mi historia”, escrita junto al prestigioso periodista John Carlin. Tal vez haya que salir a jugar con un Golden Retriever del otro lado de la red. Porque nadie ha sido capaz de inventar la kriptonita contra el manacorí y, especialmente, contra su mentalidad y su corazón, sobre la pista de tenis.

Le ganó la final del Abierto de Australia a un Daniil Medvedev que definitivamente irrumpió en el escenario principal y no tiene intenciones de bajarse de él. El ibérico llegó a su Grand Slam número 21 y superó a Djokovic y Federer como el máximo ganador de Majors en la historia. Y lo hizo en Australia, un lugar que incluso para él, amo y señor de la arcilla o polvo de ladrillo, era casi inhóspito: al cabo, tenía más consagraciones en el césped de Wimbledon (2008 y 2010) que sobre el cemento de Melbourne (2009).

Nadal le remontó un partido a cinco sets al jugador del momento, alguien que por una mera cuestión de calendario y por culpa del español, claro, no se irá de Australia como el número 1 del mundo. Alguien que lo sometió durante los dos primeros sets. El mismo hombre que detuvo las aspiraciones del 21 de Djokovic y que le impidió el Grand Slam calendario en el último US Open a un Nole en estado de gracia no pudo, dos sets arriba, contra un jugador que recién hace un par de semanas regresó tras medio año sin jugar. Porque ese jugador es distinto a todos.

Nadal no pinta cuadros dignos del Louvre con sus impactos de la forma que lo hace ese artista llamado Federer. Tampoco tiene la versatilidad que hace de Djokovic el más completo de los tres. Pero tiene un alma y una cabeza más fuerte que cualquiera de ellos. En épocas de súper profesionalismo, vale animarse a traspasar las épocas (ejercicio no del todo recomendable en muchas ocasiones) y dejar plasmada la sentencia: la cabeza de Nadal es la más fuerte en la historia del tenis, por escándalo. Y tal vez en la vida del deporte todo.

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En 2004, antes de ganar siquiera el primero de sus 21 grandes, empezó a batallar con su propio cuerpo, tan aliado de sus hazañas como enemigo de sus ilusiones. Aquella fractura por sobrecarga en el pie izquierdo lo llevó a terminar padeciendo la enfermedad de Muller-Weiss, una osteocondritis del hueso escafoide que es degenerativa y no tiene cura sino tratamiento. Entonces: Nadal ganó todos sus Majors al tiempo que libraba esta lucha con su lesión. De hecho, volver a tratarse por ella fue lo que hizo que dejara de competir estos últimos meses. Y luego le sumó otras tantas.

Rafa jugó su primer cuadro principal ATP en 2002. Lleva 20 años en el circuito. Solo en tres de ellos (2008, 2011 y 2013) no padeció con lesiones que lo dejaran al margen por un lapso más o menos prolongado. Espalda, hombro, brazo, rodillas, muñecas, psoas ilíaco, tren inferior… Hasta una apendicitis.

Ni Djokovic ni Federer, al menos hasta 2016, cuando el suizo debió someterse a una artroscopía, habían padecido algo siquiera similar a lo del manacorí. Y aun así, dando siempre ventaja con su físico, Rafa peleó mano a mano con ellos. Es más, su historial positivo con Roger nunca fue tan apabullante como contra el Federer más sano.

Se podría pensar, entonces: ¿hasta dónde habría llegado Nadal si su cuerpo no hubiera sufrido tanto? Tal vez sea mejor dejar de lado las hipótesis. Al cabo, con todo lo que sufrió, ganó más Grand Slams que todos. Y qué es eso sino puro corazón. El (corazón) más grande de la historia.

Mauricio Codocea

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Editor Senior de The Sporting News en español; antes, casi 15 años en Clarín de Argentina. También guionista y productor audiovisual. Autor de "El abanderado", la primera biografía de Luis Scola, e insoportablemente obsesivo con la gramática y la ortografía, quizá porque no escribe lindo y solo puede aspirar a escribir bien. Dos líneas de 4, piso y larga, así en el fútbol como en la vida.